Esteban no creía en los políticos, ni como raza, ni como personas. Y menos aun como dirigentes, si lo eran. Los suponía por algunas singularidades que empezaba a vislumbrar, que se habían convertido, con los siglos, en una nueva especie animal, como la nuestra, pero sin dudas superior a la humana, en virtud de lo cual la gente les creía o a la inversa, por falta de comprensión de semejante lucidez, ya no les creían mas, porque en realidad no los comprendían.

Como especie superior, estimaba Esteban, disfrutaban de una mejor situación.

No era sorprendente no creerles, porque tampoco ellos creían en sí mismos, sin dudas característica propia de su instancia evolutiva. Si en algo confiaban, no era precisamente en lo que decían y juraban y uno a veces escuchaba. Esta nueva especie ni siquiera creía en sus deseos, porque lo que deseaban estaba más próximo a los de quienes los manejaban como una banda de cortesanos que a cambio de argumentos y coraje, ya sea como títeres o titiriteros, canjeaban seducidos.

Lo curioso es que Esteban no era incrédulo, ¡Esteban era inteligente! Y sus sospechas no eran contra esa gente, que a su juicio eran dignas de lastima, sospechaba contra las evidencias que ni un ciego podía evitar, no hacia falta ver las cosas ni sus circunstancias, que no dejaban de ser reflejo de sí mismas como consecuencia directa e indignante de su efecto. Esteban sentía,… presentía,… vivía y miraba a los ojos,…..¡Y los ojos no mienten….! Sobretodo de aquellos que sin poder ver mas allá de sus narices no veían otra cosa mas que el moco miserable de su historia. Historia sobre la cual esta especie evoluciono, y que nadie, pese a las promesas, se había dignado a prestar un pañuelo, aunque mas no sea y tan solo para secar las lagrimas que habían embarrado tanto el escenario por el que ya nadie mas quería caminar.

Estas personas, seguía diciendo, eran peligrosas. Lo son y lo seguirán siendo. Pretenden ocupar a las personas en revolver la olla, que a fuego lento, cocina a los talentosos de este inmenso restaurante, y que por falta de tiempo y miedo a pasar hambre no escuchamos, y que no prometen otra cosa de sí mismos que la duda que todos suponemos ES. Duda en la cual cada opinión, por humilde que sea, es tan valida como la de cualquier jerarquía.

Por eso Esteban no creía en los políticos, porque eran seguros en lo que nadie, ni nada lo era.

RICARDO A. KLEINE SAMSON