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Los cuentos de Carlos Fierro

Sonrisas y lágrimas

Resultaba extraño que le gustara reír y que le gustara llorar. El viento y el sol presenciaron la lluvia de lágrimas. ¿Es la felicidad amiga del llanto? El sufrimiento no era en él ave rapiña, sino el canto del jilguero. Sus lágrimas recorrían su rostro y acababan humedeciendo sus labios, labios que dibujaban una sonrisa. Sufrir y gozar eran para él casi una misma palabra: una cosa llevaba inevitablemente a la hora. Todo era extraño en el, sus pensamientos eran claros pero contradictorios. Algo debía fallarle, pensó, algo que le hacía diferente a los demás.

Salió de su mundo para conocer otros laberintos, para saber de caminos que él no había elegido. Abrió la puerta y se lanzó al exterior. Al otro lado no encontró mundo como el suyo. No supo cómo sentirse. Las diferencias a veces son envidiables, otras indeseables. Nadie llegó a comprender las alegrías de sus penurias, la doble cara de lo acontecible, el carácter soleado de las sombras que amezaban su exisitencia. Nadie llegó a comprenderle y comenzó a alejarse de ellos, a escapar de ellos, a escapar de aquel mundo con el que se había topado. La realidad se le presentaba como algo indeseable, como una mala hierba que se había colado en su vida.

Asió la realidad con sus manos y la arrojó desde la ventana al vacío. Cruzó así el umbral que le separaba de la locura. Habiendo cruzado esa barrera se sentía mucho mejor, ahora no estaba sujeto a leyes, ni a a normas, ni a él ni a nadie. Decidió entonces arreglar el mundo con sus cortas pero contundentes ideas: la vida era gozo y sufrimiento, todo era uno. Se convirtió en lágrima, el lluvia torrencial, en piscina para el ojo, en tierras húmedas, nube gris que amenaza, e hizo derramarse. Visitó a hijos, a padres, a ricos y a padres, a hombres y a mujeres, e hizo derramarse. Nubló mentes, ahogó vidas, salpicó de dolor los cuerpos, cantó un réquiem y fue derramado. El cielo se cubrió, lloró. Las tierras fueron mar, los mares océanos, las ciudades cubiertas de llanto, inundadas bajo las aguas, muertas bajo el húmedo manto.

Dios desde su altar lo presenció todo. Para él eso era gozo.

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