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Los cuentos de Carlos Fierro No más de 180 Atravesó la puerta del despacho el triángulo escaleno y apoyando uno de sus vértices sobre la mesa habló claro: - Doctor, vengo a que me cambie los ángulos. - A ver muchacho, ¿me dices que quieres cambiarte los ángulos? Pareces aún joven, y todavía debes tener los vértices de leche. ¿Eres ya mayor de edad? - No doctor, pero tengo el permiso de mis padres. Aquí se lo traigo por escrito y firmado. - Bien, o sea que quieres cambiarte los ángulos y tienes el permiso, ¿quieres que te hagamos un transplante de ángulo? Mmm..., no sé, me parece que no tienes edad, ¿crees que estás preparado para ser una cuadrado? - No doctor, no lo creo, pero sospecho que usted no me ha entendido bien. Yo simplemente le he dicho que quería acambiarme los ángulos, no más. Me explico: como puede verse, soy, de nacimiento, obtusángulo, y bueno, creo que ya es hora de que me cambie los ángulos, y sí, claro, que sigan siendo tres, pero no de esta manera. - Ah, bueno, esto que me planteas es otra cosa. Para esto ni siquiera necesitas el permiso de tus padres. - Uy, pues ¡menos mal!, porque lo había firmado yo mismo. Era una falsificación. - ¡Ay, qué chiquillada! ¡Menudo pilluelo estás hecho! - Sí, doctor, es que son unos padres muy estrictos, muy cuadrados. - Bueno, vayamos al grano. Supongo que lo que querrás primordialmente es tener un ángulo rectángulo, ¿no?, que parece que ahora que se acercan los Reyes lo están anunciando mucho y está muy de moda. - Pues sí, claro que sí, ha sido mi sueño desde hace años, y ahora que tengo unos ahorrillos... - Ya, es normal, a tu edad en lo único que se piensa es entener una hipotenusa, para poderse apicar el teorema de Pitágoras. En fin hijo, ¿cuáles son tus grados? - Eh..., creo que 20-50-110. Pero..., bueno... yo quería..., no sé... también..., es que... - A ver, a ver qué quieres que no te entiendo nada. - Pues..., es que no sé..., quería que..., no sé..., he oído decir, no sé, se cuenta que, en fin, que..., pues... - Bueno, venga, dilo claramente, que no te dé vergüenza, estás aquí para pedirme lo que quieras. A ver, ¿no tendrás fimosis en un vértice? - ¡Ah, no! No, no es eso, doctor. Bueno... es que he oído decir, bueno, un amigo me contó... que ahora con las nuevas tecnologías se han conseguido triángulos de más de 180 grados. - ¡Oh, no!, ¡otra vez esos malditos rumores! No y mil veces no. Mira que siento decírtelo, pero es la cruda realidad para todos nosotros, y la geometría clásica lo deja bien claro, no hay vuelta de hoja: la suma de los grados de nuestros ángulos tiene que ser siempre 180. ¿No has estudiado fisiología geométrica en la escuela? - Sí, ya, pero yo no me creo lo que me dicen en la escuela. - Bueno, eso no está mal del todo, pero en este caso créeme. - Y usted, doctor ¿también tiene 180 grados? - Pues claro que sí, hombre, claro que sí. - Vaya, yo que me había hecho a la ilusión... Pero...usted miente, doctor, usted me está mintiendo. - No, joven, es la verdad y hay que saber afrontarla. - ¡Usted miente! ¡No me mienta! ¡¡¡No me mienta!!! - No, te digo que... pero ¡¿qué haces?! ¡¡¡Aaaaaah!!! Y el joven escaleno se abalanzó sobre él, y con su ángulo de 20 grados, el más afilado, le atravesó el tierno corazón. Corrió presto a cerrar la puerta, a no ser descubierto en tan sangrienta escena, y volvió su vértice fatal de nuevo hacia su presa con rabia atrevesándole una y otra vez, furioso, hasta que, desangrado el médico, todo su área se hubo derramado sobre el suelo. Una vez vaciado el contenido del triángulo, cortó hábilmente por sus vértices y obtuvo las tres aristas, todas iguales, hermosas, que acarició con dulzura. El lo sabía de sobra: más que rectángulo, siempre quiso ser equilátero, pero sabía también que eso no era posible, no, él estaba condenado a ser un polígono irregular hasta el ocaso de los tiempos. Guardó las tres aristas bajo su gabardina y escapó por la ventana. No le importaba el precio. Quería ser especial, distinto, Sol en la noche, mar sin olas, nieve negra. No había nada que odiara más que asemejarse a los otros triángulos, ser otro más, ¡Dios mío! ¡A él todos le parecían iguales! Por eso soñó con tener más de 180 grados, por eso quiso ser equilátero, y por eso ahora robaba un cuerpo: para añadirse las aristas, incluso a riesgo de su vida, y tratar de ser, aunque fuera irregular y aunque fuera por unos instantes, un polígono de seis lados. |
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