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La Política Internacional de Felipe IV

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Los nuevos problemas con Inglaterra dificultaron ciertamente la cuidadosa estrategia que España venía trazando desde hacía varios años en el mar del Norte. No obstante, como ya se había decidido no utilizar el ejército de Flandes para lanzar grandes ofensivas contra las Provincias Unidas sino únicamente para mantener posiciones, en diciembre de 1.623 se ordenó desde Madrid reducir en 50.000 ducados mensuales los gastos de ese ejército, dinero que se destinaría a incrementar el presupuesto de las fuerzas navales de los Países Bajos leales, que pasaría de 20.000 a 70.000 ducados mensuales. Resultaba evidente que España seguía apostando, y cada vez con más fuerza, por vencer a los holandeses en su propio terreno: el mar. Así, en 1.625 la escuadra de Flandes ya contaba con 12 barcos del rey y, lo que era más importante, las autoridades españolas habían concedido numerosas licencias de piratería —"patentes de corso"— que permitían la utilización de los puertos de la costa belga, principalmente el complejo Mardick-Dunquerque, a los corsarios que se dedicaran a abordar, secuestrar o hundir buques neerlandeses. El almirantazgo de la República intentó dar respuesta al problema insistiendo en el costoso sistema de convoyes bien armados que protegiera sus barcos y mercancías en las habituales rutas hacia el Báltico a través del estrecho del Sund, hacia Newcastle y Londres, hacia la costa oeste francesa o hacia el Mediterráneo, y mediante el reforzamiento del bloqueo con barcos de guerra holandeses —no menos de treinta— de las bases de la armada española en el mar del Norte (Gravelinas, Mardick, Dunquerque, Nieuwpoort, Ostende y Blankenberge). Pero fue en vano. El daño causado al comercio de las Provincias rebeldes por el creciente poder naval de España en el norte de Europa era manifiesto, no sólo por el significativo hecho de que entre 1.626 y 1.634 se capturaron o hundieron 1.835 buques enemigos (en su mayoría holandeses), perdiendo en contrapartida únicamente 15 barcos grandes y 115 corsarios, sino sobre todo porque se propició un importante aumento en los costes comerciales de la República que, sin duda, beneficiaba a sus rivales. También el hostigamiento sobre la flota pesquera, que se consideraba muy importante para la prosperidad de las Provincias Unidas, creció considerablemente.

La inmensidad del imperio español y las enormes distancias entre sus diferentes partes hacían ver a Olivares y sus colaboradores la necesidad de pugnar por el control del mar, como medio de comunicación fundamental que era de todas ellas. Al reforzamiento del poder naval en el mar del Norte había de acompañarse necesariamente una revitalización general de la armada al servicio del rey de España. Muy pronto se demostró que no se equivocaban, ya que, desde la fundación de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales en 1.621 —inspirada por Usselincx—, las Provincias Unidas venían trabajando en la idea de construir una gran flota, trasladarla a Sudamérica o el Caribe y apoderarse allí de un buen puerto, que sería utilizado como base desde la que se pudieran provocar levantamientos entre los nativos contra los colonos españoles, centro emisor de posibles operaciones de pillaje y factoría que extendiera aún más sus redes comerciales. Siguiendo este esquema, al mismo tiempo que una flota holandesa, formada por 11 barcos y 1.637 hombres bajo el mando del almirante Jacques l´Hermite, se presentó ante el puerto de la capital del Perú español, El Callao, el 8 de mayo de 1.624, otra, compuesta por 26 barcos y 3.300 hombres dirigidos por Jacob Willekens, se encontraba ante la capital del Brasil portugués, Bahía. La primera expedición estuvo a punto de capturar la remesa anual de plata proveniente de las minas de Potosí, mas solamente cinco días antes de su llegada había partido el convoy de embarcaciones que transportaba el tesoro hasta Panamá, salvándose por ello a pesar de las buenas informaciones acerca de los movimientos del puerto que habían transmitido agentes infiltrados en la comunidad de El Callao. Este fracaso inicial fue el sino del resto de la misión holandesa en la costa americana del Pacífico, pues si el ataque y bloqueo de El Callao pudo ser finalmente repelido, los intentos que hicieron sobre Pisco —puerto de embarque del mercurio de Huancavelica—, Guayaquil —principal astillero del virreinato— y Acapulco ¾ lugar donde pensaban interceptar el Galeón de Manila¾ corrieron la misma suerte. No ocurrió así, sin embargo, en la expedición enviada contra el puerto de Bahía, que logró sin grandes dificultades su objetivo de ocupación tras un breve bombardeo y la rápida huida de sus habitantes portugueses. La noticia de este último suceso llegó a Lisboa en julio, iniciándose poco después los preparativos para el equipamiento de una poderosa flota hispano-lusa, al mando de don Fadrique de Toledo, destinada a la inmediata recuperación de la importante ciudad brasileña.

El aumento de la fuerza naval resultaba imprescindible para poner trabas al poderío marítimo-comercial holandés, base de su resistencia. Pero los rebeldes no limitaban su comercio al ámbito marítimo, sino que utilizaban asimismo las vías fluviales que iban a dar al mar del Norte —Escalda, Mosa, Rin, Lippe, Ems, Weser y Elba— tanto para realizar algunas importaciones, en especial madera alemana o lino flamenco, como exportaciones de grandes cantidades de productos alimenticios o manufacturados. Ese tráfico producía importantes beneficios a los Países Bajos leales debido a que, al estar la mayoría de esos ríos dominados en algún punto por fortalezas españolas o aliadas, se recaudaba un canon por permitir su utilización. No obstante, si se pretendía mantener un bloqueo económico serio sobre las Provincias Unidas era necesario cortar sus rutas fluviales y las colaterales terrestres, de manera que el 28 de enero de 1.624, previa consulta a Bruselas, en donde la infanta Isabel se resistía a renunciar a los cuantiosos ingresos —algo más de 250.000 escudos en 1.623— procedentes de los derechos pagados por el uso de los ríos, Felipe IV ordenó su cierre y el de los canales contra los holandeses por un periodo de dos años, transcurrido el cual se analizaría el daño o provecho de la medida.

Para cerrar el cerco sobre la muy desarrollada economía holandesa y su extendida red comercial internacional, se creó el Almirantazgo de los Países Septentrionales por Real Cédula de 4 de octubre de 1.624. Su difícil misión consistió en estimular el comercio hispano-flamenco entre el norte y el sur de Europa, trabajando por sustituir progresivamente el existente dominio holandés del mismo mediante el ejercicio de funciones de compañía mercantil, e intentando frenar la persistente infiltración de productos provenientes de la República o sus súbditos mediante su actuación como un gran sistema aduanero. La Corona había recibido multitud de peticiones por parte del colectivo mercantil sevillano-flamenco instándola a adoptar las medidas necesarias para iniciar una guerra comercial que disputara el dominio del comercio norte-sur, debido a lo cual, cuando se decidió la creación del Almirantazgo, se pusieron en marcha todos los resortes que garantizaran su éxito. Se ideó un sistema de convoyes armados que tenía como objetivo crear una poderosa ruta comercial entre Sevilla o Sanlúcar y Dunquerque, mas resultó decepcionante como consecuencia de sus estrictos procedimientos, sus altos impuestos y primas de seguro y la poco tranquilizadora perspectiva de batallas navales frente a la costa flamenca contra la flota neerlandesa de bloqueo. Mucha mayor eficacia que en sus actividades propiamente mercantiles demostró en su función reguladora, pues pronto generó un importante cuerpo encargado de reglamentar y controlar el comercio entre España y el norte de Europa velando por evitar cualquier resquicio que desvirtuara el embargo comercial a las Provincias Unidas. Para ello, la Corona instaló un eficiente grupo de empleados en los diferentes puertos de la Península, con facultad para inspeccionar barcos y almacenes, reconocer certificados y confiscar bienes de contrabando. Además, en 1.625 se instauró una jurisdicción especial, cuya cabeza era el Tribunal Mayor del Almirantazgo, que habría de conocer de los casos comerciales referidos a las infracciones de los embargos. También por esas fechas se estableció un nuevo departamento del Almirantazgo en Saint Winoksbergen —cerca de Dunquerque— con el objeto de complementar al que tenía su sede en Sevilla. En definitiva, la instauración de todo este nuevo y complicado sistema pretendía organizar de forma sistemática los medios que España ponía en acción para enfrentarse a la potencia económica holandesa, en consonancia con el nuevo tipo de guerra comercial que se venía desarrollando desde la finalización de la Tregua de los Doce Años en 1.621.

Resulta extraño, por ello, comprobar cómo en agosto de 1.624 Spínola partió con un ejército de 18.000 hombres decidido a sitiar y tomar Breda. La vieja política de asedios estaba en ese momento totalmente desacreditada, en cuanto que siempre resultaba ruinosa para las arcas del rey además de diezmar fuertemente su ejército, y la estrategia global a seguir consistía en mantener las tropas a la defensiva y hacer la guerra tan estática como fuera posible para ahorrar dinero, al tiempo que se intensificaba la ofensiva marítima y económica. Entonces, ¿por qué iniciar esta operación? La respuesta parece encontrarse en que fue el propio Spínola, con consentimiento de la infanta Isabel, quien tomó la decisión de poner sitio a Breda, ante el estupor de sus propios oficiales y de los ministros de Felipe IV cuando recibieron la noticia en Madrid. Era por todos bien sabido que Spínola veía con escepticismo los proyectos de desarrollo del poderío naval español como forma de forzar a los neerlandeses a firmar un tratado de paz honroso para España, y más después de la reciente ruptura con Inglaterra. En todo caso, es muy posible que Spínola adoptara la decisión de tomar Breda por motivos particulares, como medio que le permitiera ganar fama y reputación universales, ya que esa ciudad fortificada que se suponía inexpugnable, situada en las puertas de la República holandesa al sur de los "grandes ríos", era sede de la casa del caudillo militar enemigo, Mauricio de Nassau. En las reuniones del Consejo de Estado celebradas en septiembre de 1.624 para debatir el asunto, hubo posiciones enfrentadas. No obstante, la rápida orden que se dio para que el ejército de Flandes recibiera todo el dinero que se le había consignado demuestra que Olivares y su rey estaban dispuestos a que el asedio iniciado fuera un triunfo incontestable de las armas españolas.

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El libro "La Política Internacional de Felipe IV", con Depósito Legal SG-42/1.998, es propiedad de su autor, Francisco Martín Sanz. La versión que en exclusiva ofrece Latindex.com no incluye las 469 notas explicativas a pie de página que sí aparecen en la versión original en papel, publicada en Segovia (España) en Mayo del año 1.998. En todo caso, queda absolutamente prohibida cualquier reproducción, ya sea total o parcial, de la obra mencionada sin el consentimiento expreso y probado del autor.
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