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Los cuentos de Carlos Fierro

Teatrillo

"Volaría si pudiese. Sería cuerda de una guitarra, labio que besa, mar de un cuadro, pero soy yo".

Nació. Tras probar los diversos sabores de la vida, tras contemplar cómo transcurría el tiempo sin pedirle permiso, tras darse cuenta de que nunca vería desnuda a la vecina del quinto, decidió vivir una nueva vida, decidió interpretar. Aprovechó para dar título a su vida e interpretó que se tatuaba el brazo con él : "No soy yo". Decidió aprender a interpretar e interpretó que ya estaba aprendiendo. Se detuvo a pensar y tal vez pensó. El instrumento de sus melodías no sería un complejo acordeón o un malsonante violín, simplemente era su propio cuerpo, él mismo, pero dejando de serlo. La interpretación le permitiría ser todos y nadie. Quería salirse de sí mismo, no ser él, caminar por las nubes siendo el otro, vivir con siete vidas, desviar los pasos a una ruta desconocida, dibujarse fuera del cuadro, ser blanco papel sobre el que interpretar nuevos trazos.

Se imaginó entonces que él era sólo un ser divino colocado en el cráneo de aquel cuerpo naciente, aquel cuerpo que siempre había tenido como suyo y que ahora percibía como ente ajeno a sí mismo. Se imaginó que era un ser venido del exterior que se había colado en un cuerpo humano y que ahora podía utilizarlo a su antojo. Sin dejar de ser él mismo, se sintió extraño imaginándose tan poderoso, con el control absoluto sobre el cuerpo que veía bajo de sí. Ordenó mover un pie y el cuerpo obedeció, ordenó mover los dados del mismo pie y los dedos se movieron. Le hizo gracia. Desde esta nueva perspectiva todos sus movimientos adquirieron una nueva dimensión. Se tocó, se miró. El ya no era él. El era un ser que jugaba a ser persona con un cuerpo que danzaba a su son. Se sintió más libre, más libre para interpretar, para escribir su propia partitura, para trazar su destino con los colores del pintor, para ahuyentar los fantasmas del hastío, los de la inmutabilidad. Y bailó por última vez con ellos.

Cerró la puerta de su casa y salió a la vida. Interpretó que era, pero no era verdad. Viajó en el avión de las actuaciones junto al teatro de las azafatas. Se bañó en cien mares, bebió no pocos vinos, se dio a (no) conocer a mil oídos, visitó países y corazones, cada vez en una mejor interpretación de un nuevo papel. Formó parte de cientos de historias, de cuentos y leyendas. Fue multitud encerrado en un cuerpo único que interpretaba una música diferente a cada paso.

Tras y en tanto que siendo uno y mil personajes, tras contemplar cómo transcurría el tiempo sin poder ver desnuda a la vecina del quinto, decidió pensar y a buen seguro que lo consiguió. Cansado estaba de tanto disfraz, de tanta comedia a rostro escondido. Pensó que era hora de interpretar la más grandiosa y única pieza, el propio papel, el papel de aquel que fue, de aquel que vivió joven y desnudo, de quien una vez pudo decirse bailó con sus fantasmas.

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