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Los cuentos de Carlos Fierro

Pérfidos vecinos

Estoy escribiendo las últimas líneas en vida de mi concupiscible existencia. Tengo la soga preparada en mi jardín colgando del árbol más alto, donde dentro de breves instantes procederé a mi ejecución pública y ante la enfervorizada expectación de toda mi convecindad, que ya comienza a agolparse en las ventanas, con esos ojos que se esconden, ávidos de mi perecer, tras unos rostros inexpresivos. Ellos han pedido mi muerte, y yo que soy muy tímido, no me he atrevido a negarles el favor que me han solucitado. Que conste que yo no quiero mi muerte, pero peor sería, creo yo, hacer caso omiso a las peticiones de mis más allegados compañeros de barrio. Entonces viviría entre ellos en un clima de enemistad, siendo tomado como un pésimo vecino, un nefasto amigo, un mal bicho de cloaca. Mi intención no es otra que quedar bien con todos ellos, ganarme su simpatía, sus favores, ser considerado como lo que soy, el perfecto vecino que cualquiera quisiera para sí: amable, atento, el que nunca levanta la voz a nadie, el agradable, el que siempre está dispuesto a oír los problemas de los demás, el que siempre tiene la sal a punto por si alguien la necesita, el bueno, el santo, el puro. Mi imagen bien pudiera quedar deteriorada en esta delicada situación, pero mi espíritu es fuerte y nadie quedará decepcionado conmigo: Si quieren mi muerte, la tendrán, si quieren mi muerte, daré mi vida. Quizás crean, ignorantes, que mi valor no es tan grande como para dar fin a mi vida si ellos me lo piden, pero sé que lo haré, el dolor no significa siempre sufrimiento.

Ya tengo todo preparado para mi acto de despedida de este maldito mundo: la soga en su árbol, el testamento redactado, la carta del adiós para mis queridos padres y la cámara enfocando al lugar de los hechos para inmortalizar estos trágicos momentos tan importantes en el transcurso de mi vida, y que sin embargo, con placer devoto acato ante las decisiones de mis congéneres más próximos. Tan sólo me resta colocarme el preservativo. De todos es conocido el hecho de que los ahorcados eyaculan en el transcurso de su ejecución y yo no quiero mancharme en estos momentos tan críticos, de ahí mi ingeniosa solución que me permitirá perecer en el más absoluto estado de pulcritud.

Lo que aún no he llegado a comprender del todo, son las razones por las cuales quieren de mí la muerte. Siempre fui el perfecto vecino, simpático y cálido, lúcido y cándido, benévolo y púrico, púdico y tímido, cántico y melódico, sántico y diocesano. ¿Y éste es el pago por tanta y magna bondad? Cuánta ignorancia en estos parajes olvidados de Dios, cuánto odio, cuánta diabólica mirada, cuánto amor se echa a faltar. Y yo, como ángel caído del cielo, soy rechazado y empujado por manos culpables de nadie al descanso eterno.

Sólo cabría reprocharme algún que otro desliz, que he cometido cuando el alcohol corría alegremente por mis venas y mis ojos vívoros buscaban deseosos su presa para descargar la líbido que como un globo escapado, subía y subía de nivel y sin descanso, hasta alcanzar lo más alto del firmamento. Entonces, tomaba del cuerpo de alguna de mis vecinas más jóvenes, para satisfacerme, para satisfacerlas a ellas también, aunque no lo reconocieran. He oído comentar que lo llaman violación, pero ¡qué sabrán ellos! Tan sólo fue coger como prestado aquello que me urgía por necesidad. ¿No han entrado multitud de veces en mi casa? ¿No les he prestado en ocasiones mi propio coche para sus menesteres? ¿No dejo yo la sal cuando ellos la necesitan? Y yo me pregunto... ¿me han robado acaso? ¿me han hecho algún mal? No, ninguno. ¿No puedo yo entonces tomar por unos breves instantes como propio algo que anhelo? Por lo visto parece ser que no. Esta vida no es justa, este mundo no es digno de mí, no es digno de mi benevolencia.

Me culpan por tan poco... Tan sólo fueron unas pocas veces, durante unos pocos minutos, los estrictamente imprescindibles, a unas pocas jovencitas. De haber sabido que pese a mis cuidados para no causar malestar entre todos ellos, acabaría yo colgado, hubiera exprimido aquellos cuerpos vírgenes que con tanto recato y cuidado traté.

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